DOSSIER

La prevención comunitaria: Avances y límites en drogodependencias


Community Prevention: Advances and Limits on Drug Addictions

 

Emiliano MARTIN GONZALEZ

Jefe del Departamento del Plan Municipal contra las Drogas. Ayuntamiento de Madrid


RESUMEN

PALABRAS CLAVE

ABSTRACT

KEY WORDS

INTRODUCCION

1. REVISION DE LAS ESTRATEGIAS DE PREVENCION

2. LA PREVENCION COMUNITARIA

BIBLIOGRAFIA


RESUMEN

Tras una revisión de las principales estrategias aplicadas en prevención de drogodependencias, el articulo se centra en la prevención comunitaria. Se realizan algunas precisiones conceptuales de la intervención comunitaria -su definición, objetivos, organización y significado- y se analizan sus dimensiones básicas Partiendo de éstas, se ponderan los principales avances y limitaciones de los programas de prevención comunitaria de las drogodependencias en nuestro país.

PALABRAS CLAVE

Estrategias preventivas. Intervención Comunitaria. Drogodependencias. Planificación. Programación.

ABSTRACT

Behind a review of the mail strategies applied to drug addiction prevention, this article is centred on community prevention. According to it, included conceptual precisions about the community prevention approache -definition, goals, organization and meaning- and analyze its basics dimensions. Once clarified these, it weigh up the progress and limitations of community drug prevention programs in our country.

KEY WORDS

Prevention strategies. Community intervention. Drug addiction. Planning, Programming

 

INTRODUCCION

Tras unos años de un cierto ostracismo, motivado seguramente por el protagonismo de lo asistencial, la prevención a comenzado recientemente a tener vigencia en el ámbito de las drogodependencias. En efecto, ante los elevados costes y las naturales dificultades de los programas de rehabilitación, los profesionales y la sociedad en su conjunto han vuelto la mirada hacia la prevención con un cierto sentido mágico. Sin embargo, la aparente simplicidad conceptual de la prevención encierra a su vez otros problemas nuevos de una complejidad y proporciones en modo alguno menores a los de los programas asistenciales. Problemas de todo tipo que abarcan desde la definición, el diseño y la aplicación de estrategias preventivas hasta su evaluación y su virtual eficacia. Pero estos obstáculos metodológicos, con ser importantes, sólo alcanzan su auténtica dimensión cuando se contextualizan en un entorno social concreto, y la percepción y actitudes de nuestra sociedad ante las drogas no Constituyen precisamente un ámbito favorecedor de soluciones prudentes, racionales y rigurosas. El miedo a lo nuevo y desconocido que generan las drogas, la escasez de informaciones fundamentadas sobre el tema, los análisis parciales y tendenciosos, incluso la funcionalidad del discurso social vigente, dificultan una reflexión objetiva y científica sobre las causas que originan y sustentan en última instancia el fenómeno. Y es de este entramado confuso de ideas, valores y emociones -a menudo mediatizado por la angustia- de donde surgen la mayor parte de las demandas de prevención, unas demandas muchas veces ambivalentes y hasta contradictorias, en ocasiones convulsas y siempre presididas por la urgencia de "hacer algo" amparándose en la lógica inmediata del "sentido común".

Sobre este escenario deben intervenir los planificadores y los técnicos de las agencias de desarrollo comunitario -ya sean públicas o privadas- y aquí radica la dificultad nuclear para el diseño de estrategias preventivas comunitarias; frecuentemente, se trata de hacer frente a paradojas tales como responder a necesidades sentidas por la población pero que no se corresponden con problemas realmente evaluados u ofertar respuestas que no entran en sintonía con los prejuicios de los ciudadanos de esa comunidad determinada con el riesgo de ser desestimadas o al menos minusvaloradas.

Todo ello se vuelve aún más espinoso en el caso de las grandes ciudades de nuestros días. Las megápolis representan la progresiva destrucción de la ciudad a la medida del hombre. Podría decirse que han roto el equilibrio de las viejas ciudades aislando al hombre moderno de su contexto natural, cultural y social. Ellas encarnan, de modo muy especial, las tendencias simultáneas a la masificación y al aislamiento que caracterizan al hombre de hoy. Representan, por lo tanto, una dificultad añadida a las exigencias de una intervención comunitaria basada en la permanente comunicación y en la participación activa de los miembros de la comunidad. La puesta en marcha de programas preventivos requerirá establecer canales de comunicación y plataformas ciudadanas con escaso desarrollo prácticamente inexistentes.

Sobre todo esto trataremos en las páginas siguientes. Tras una revisión de los métodos preventivos y los niveles alcanzados de eficacia, abordaremos las posibilidades y límites de la prevención comunitaria. Sin embargo, el abuso indiscriminado del término "comunitario" impone la necesidad de realizar previamente algunas precisiones conceptuales y metodológicas sobre su alcance y significado.

 

1. REVISION DE LAS ESTRATEGIAS DE PREVENCION

Es preciso matizar que nos ceñiremos a las estrategias relacionadas con la reducción de la demanda y, más específicamente, a las intervenciones de prevención primaria que tienen como objetivo la población que aún no ha comenzado a usar drogas promoviendo aquellos factores personales y del entorno en los que se sustentan los comportamientos responsables y de compromiso con el cuidado de la salud. La mayor parte de las iniciativas desarrolladas han consistido en campañas dirigidas al conjunto de la población y en programas aplicados en las organizaciones e instituciones convencionales de la comunidad, sobre todo en la escuela.

Consideramos de especial interés la revisión de G. J. Botvin y E. M. Botvin (1990) que clasifican las estrategias preventivas en:

En el Cuadro 1 se explicitan los objetivos que persiguen y los métodos que conllevan cada una de estas estrategias.

Similar clasificación realizan Polaino y Rossignoli (1991) que sitúan las diferentes estrategias cronológicamente en las siguientes etapas:

Los años 60. Caracterizada por el suministro de información.

Primera mitad de los años setenta: Uso de estrategias afectivas orientadas a mejorar las actitudes de autoestima y facilitar la resolución de tensiones internas.

Finales de los años 70 hasta hoy Programas destinados a destrezas sociales para resistir mejor las presiones pro-consumo y destrezas generales de cuidado de la salud, solución de problemas, entrenamiento en toma de decisiones, habilidades sociales...

Resulta obvio que, tanto la variedad de estrategias planteadas como su evolución cronológica, no se ajustan a la realidad de nuestro país donde el fenómeno de las drogas aparece más tardíamente y donde los programas preventivos comienzan su andadura a partir de los ochenta. De hecho, como ocurre en otros ámbitos como el de la rehabilitación, pueden producirse superposiciones en determinados momentos y áreas geográficas de varias de estas estrategias. En la revisión de experiencias de prevención a nivel nacional realizada en 1986 por Aguado, Comas y Martín para el Ministerio de Educación, se resaltaba como deficiencia principal la falta de planificación y la tendencia generalizada a las intervenciones esporádicas y descontextualizadas, sujetas fundamentalmente a demandas improvisadas. En aquel momento, las "charlas" informativas impartidas por especialistas seguían siendo la metodología más habitual. No cabe duda de que se ha avanzado significativamente durante los últimos anos tanto en la diversificación como en el desarrollo de las estrategias preventivas. Sin embargo, como analizaremos en la última parte de este trabajo, estas acciones siguen sin plantearse de modo sistemático, siguen llevándose a cabo en la mayoría de los casos sin conocer las necesidades específicas de cada sector de población, sin unos objetivos definidos y, por lo tanto, sin unas posibilidades reales de evaluación y contrastación.

Revisaremos sucintamente los resultados obtenidos en determinados países -fundamentalmente EE.UU., Canadá y Norte de Europa- que han evaluado programas preventivos aplicados en las últimas décadas a partir de las mencionadas estrategias generales de prevención:

1. Estrategias informativas: Proveen de información objetiva sobre aspectos farmacológicos y consecuencias adversas del consumo. Están basadas en un modelo racional del comportamiento humano y parten de la relación simplista e ingenua entre el incremento de la información y el fortalecimiento de actitudes y comportamientos contrarios al consumo

Los diferentes estudios coinciden básicamente en que, si bien pueden producir un incremento en los conocimientos objetivos sobre las drogas, esto no se traduce en un cambio de las actitudes y comportamientos. Conviene de todos modos introducir algunas matizaciones de interés. Así, el informe del Comité Nacional de Escuelas Libres de Drogas de EE.UU. (1989) afirma taxativamente que los programas basados en conocimiento únicamente no son eficaces a la hora de reducir el consumo, incluso la combinación de estrategias informativas con programas de actitudes tienen resultados muy cuestionables. Polaino y Rossignoli (1991), tras realizar una revisión de programas, plantean, por el contrario, que aunque las estrategias informativas han sido muy denostadas, vuelven a tener un cierto reconocimiento tras las evidencias de su efectividad cuando son integradas con estrategias afectivas y son intensas y espaciadas en el tiempo.

Más unanimidad genera la utilidad limitada de las estrategias de difusión de información utilizadas de forma aislada e independientes de otras intervenciones, que se concretan en campañas esporádicas. Su utilidad parece restringirse a funciones tales como dar el enfoque institucional del tema, fomentar la sensibilización y participación, facilitar la identificación y el acceso de recursos, etc. Wagenaar y Wolfson (89) las consideran interesantes como fase preparatoria de los programas comunitarios ya que facilitan acciones de soporte como la movilización de la población y la difusión de los servicios existentes.

2. Estrategias de Educación Afectiva: Tratan de promover el desarrollo afectivo. Se basan en un conjunto de presupuestos del enfoque cognitivo y se focalizan hacia el aumento del autoconocimiento y aceptación de sí mismo a través de actividades de clarificación de valores y asunción de responsabilidad en las decisiones. Otras de sus características son la promoción de la comunicación interpersonal y la introducción de mensajes de tipo normativo referidos a la responsabilidad en el uso de drogas.

Los resultados de los estudios de evaluación son tan poco concluyentes como los de las estrategias informativas. Parece que únicamente inciden en uno o más de los aspectos relacionados con el uso de drogas aunque no en la propia conducta de consumo.

3. Generación de Alternativas: Este es un método aplicado tanto en programas escolares como en programas comunitarios. Parte de que algunas actividades están asociadas al consumo de drogas y, sin embargo, otras poseen en sí mismas la capacidad de contraponerse o ser antagónicas al consumo. Aquí se incluyen una gran variedad de actividades -para facilitar el trabajo en equipo, de relajación y ejercicio físico, musicales, grupos de encuentro...- destinadas a modificar el estado cognitivo y afectivo de los individuos, realzar la conciencia sensorial, satisfacer la necesidad de aceptación de los demás...

Este tipo de estrategias, de gran predicamento actualmente en nuestro país, requieren algunas reflexiones sobre su supuesta idoneidad. En primer lugar, no parece lógico atribuir una virtualidad preventiva a una o varias actividades por sí mismas, en cualquier caso resultaría de muy difícil evaluación. Por lo tanto, su utilidad adquiriría sentido en el contexto de un programa amplio, aplicándolas con un criterio selectivo y orientándolas a los objetivos específicos que éste persiga. Por otro lado, es preciso reconocer, como señala Botvin (1990), que algunas de estas actividades han sido asociadas con un mayor uso de sustancias. De igual modo, Comas (1990), en un estudio sobre consumo de alcohol y drogas en enseñanzas medias en nuestro país, contradice la creencia tradicional de que la participación o pertenencia a algún tipo de asociación por parte de los jóvenes es un método de prevención de drogas en sí mismo y sugiere la necesidad de investigar en estos temas: "... dilucidar para después intervenir, en vez de esconder la cabeza porque rompe con los tópicos del 'preventivismo ingenuo'.

4. Estrategias para la adquisición de habilidades de insistencia social. Con estos programas entramos ya en la última generación de los programas preventivos. Tienen su origen en las estrategias de "inoculación psicológica" que iniciaron Evans y sus colaboradores en 1970 y están orientadas a hacer más conscientes a los jóvenes de los diferentes modos de presión social. Consisten en la enseñanza de habilidades específicas de resistencia a la presión del grupo de iguales y de los medios de comunicación social.

Su efectividad está documentada en numerosos estudios: algunas revisiones indican que es capaz de reducir las tasas de fumar entre un 35 % y un 45 % tras la intervención inicial, y tasas similares para alcohol y marihuana. Estudios de seguimiento demuestran asimismo la persistencia de los efectos positivos de conducta tres años después de la aplicación del programa, aunque se sugiere la necesidad de "intervenciones de impulso" o recordatorias en los años siguientes.

5. Aprendizaje de competencias con especial énfasis en entrenamiento de habilidades personales y sociales. Estos programas tratan de enseñar habilidades genéricas para enfrentarse con la vida de forma amplia -en esto se diferencian con el enfoque anterior que trata de entrenar en habilidades específicas-. Enfatizan la aplicación de habilidades generales a situaciones directamente relacionadas con el uso de sustancias -p.e. aplicación de habilidades asertivas a situaciones de presión de grupo-. Estas habilidades pueden aplicarse al afrontamiento de muchas otras situaciones a las que se enfrenta el adolescente en el día a día.

Incluye el aprendizaje de habilidades: de solución de problemas y toma de decisiones; cognitivas generales para la resistencia a la presión interpersonal o de los medios de comunicación; para el incremento del autocontrol y la autoestima de afrontamiento adaptativo para el manejo de estrés y la ansiedad; asertivas generales...

Estas habilidades se presentan utilizando la combinación: Instrucción --> Demostración --> Feedback --> Reforzamiento --> Ensayo de Conducta y se extiende a la práctica a través de la asignación de tareas.

Los estudios de evaluación han demostrado resultados efectivos sobre la conducta. Según los datos que aporta Botvin (90), el entrenamiento de habilidades generales puede producir reducción en la tasa de fumadores nuevos o experimentales de entre el 42 % y el 75 %. Datos procedentes de dos estudios con un programa denominado "Entrenamiento en Habilidades de Vida" demuestran un rango de reducción entre el 56 % y el 67 % en fumadores regulares al año de seguimiento; con sesiones de recuerdo esa reducción alcanza al 87 %. Este tipo de estudios aportan también datos sobre las condiciones bajo la cuales este enfoque preventivo puede ser efectivo: cuando son dirigidos por profesionales adscritos al proyecto, trabajadores sociales, líderes del grupo de iguales o profesores del colegio. Son útiles para cualquier población escolar, incluidas minorías urbanas.

Uno de los principales intereses de esta estrategia preventiva es el impacto demostrado sobre variables relacionadas con el no uso de drogas como el cambio de actitudes, asertividad, autosatisfacción, toma de decisiones

 

2. LA PREVENCION COMUNITARIA

A pesar de los significativos avances alcanzados con los nuevos enfoques psicosociales reducidos o individualizados, sobre todo centrados en la escuela, resulta poco defendible la efectividad de la prevención sin incidir en el conjunto del entorno social en el que se desenvuelven los individuos. Del mismo modo, si, como parece confirmado por todos los estudios al respecto, la conducta de consumo de drogas es un fenómeno de naturaleza multicausal, cualquier intento de intervención preventiva que prescindiera de uno u otro de sus factores etiológicos sería baldío o, cuanto menos, parcial. Así, los numerosos estudios sobre factores de riesgo en el consumo de drogas consideran que "... la comprensión de los procesos que subyacen en la génesis y mantenimiento de las conductas de consumo sólo podrá alcanzarse analizando conjuntamente el interjuego de las variables individuales, microsociales y macrosociales que está afectando a todo el desarrollo del individuo" (Luengo cols.). En el nivel individual se incluyen factores de tipo biológico y fisiológico, variables como la edad y el sexo, así como algunas características de personalidad, en el nivel macrosocial se agrupan factores de carácter socioestructural, tales como clase social, lugar de residencia, disponibilidad de las sustancias y aceptación social del consumo; por último, el nivel microsocial, al que la mayoría de los autores conceden una especial relevancia, comprende aquellos factores que aúnan la influencia del individuo y del ambiente entre los que destacan el marco escolar, la familia y el grupo de iguales.

Esta necesidad de incorporar a grupos, organizaciones, instituciones y al propio entorno social obliga a adoptar procedimientos de intervención novedosos y, en ocasiones, de difícil asimilación para muchos profesionales de la salud y los servicios sociales, formados desde una perspectiva tendente a individualizar y a especializar los problemas. Aquí aparece la dimensión comunitaria como aproximación más idónea para abordar las cuestiones sociales en la perspectiva de la persona como ser unitario -no parcelado tratando de integrarse en un sistema global de vida comunitaria mediante la coordinación efectiva entre sectores que se orientan al bienestar individual y social, utilizando para ello los recursos existentes de un modo racionalizado y haciendo del ciudadano el protagonista de su propio bienestar -como dice San Martín (88): "Ningún programa de salud es realmente útil si no obtiene la aceptación de la población y su participación activa en él"-. Sin embargo, muchas son las dificultades para su aplicación, además de las citadas en la introducción; dificultades que afectan tanto a su propia definición conceptual como a la unificación de criterios sobre desarrollo y evaluación de las estrategias.

Por no entrar en las lógicas resistencias al cambio de aquellos profesionales implicados en el tema, obligados a salir de los despachos y adoptar un nuevo estilo "de búsqueda" ante las necesidades que existen en la comunidad así como rediseñar su propio rol profesional de modo más acorde con las exigencias de este tipo de intervención

2.1. Aproximaciones conceptuales a la intervención comunitaria

Rose (1990), tras realizar una revisión de programas de prevención comunitaria de drogodependencias, identifica noventa maneras distintas de intervenir en la comunidad; el único elemento común que declara haber encontrado: todas ellas hacían algo "with people" (con gente). Esto da idea de la dificultad de definir, siquiera de modo aproximativo, el tema que nos ocupa y se explica por la propensión a tildar de comunitario" cualquier acción que trascienda de los muros en los que se encuentran atrincherados con demasiada frecuencia los planificadores de los programas preventivos. Comenzaremos, por lo tanto, con aquellos elementos más básicos:

¿Qué es y qué significa la comunidad?

Cabría comenzar definiendo la comunidad como un "ecosistema" con unos intereses, pautas de comportamiento e interacción concretas y derivadas del tipo, calidad e intensidad de los vínculos establecidos entre sus distintos elementos. Se explicitaría en rasgos tales como: cierta homogeneidad cultural; trayectoria historia existencia de una red de relaciones recíprocas -políticas, participativas, asociativas-; equipamientos públicos/privados comunes en la zona y sentimiento de pertenencia a la comunidad. Su equivalente será, según los casos, un municipio, un distrito, un barrio o una comarca.

Pero tan importante como la definición de comunidad es el significado que se le atribuye: la comunidad es el vehículo, no el escenario de las intervenciones. No se trataría tanto de trabajar "para" la comunidad sino "con" la comunidad lo que conlleva unos determinados niveles de implicación y de corresponsabilización de los técnicos y los representantes comunitarios.

¿Cómo se organiza la comunidad?

La organización comunitaria es "un proceso planificado que posibilita que una comunidad utilice sus propias estructuras sociales y otros recursos disponibles (internos o externos) para alcanzar metas comunitarias, decididas por los representantes de la comunidad y consistentes con sus propios valores. Estas intervenciones poseen la intención de producir cambios sociales organizados desde dentro por los individuos, grupos u organizaciones de la comunidad con el fin de introducir mejoras e incrementar las oportunidades de la comunidad (Bracht, 1990). Partiendo de esta definición, hemos de destacar algunos aspectos significativos:

1. Que se trata de Trabajar con la comunidad organizada" (Costa y López, 86). Los núcleos organizativos de la comunidad -asociaciones vecinales, juveniles, consejos de participación ciudadana, instituciones educativas...- son los frentes de entrada a través de los que pasan las acciones impulsadas a la vez que actúan como cajas de resonancia capaces de producir efectos multiplicadores.

2. En este estrato situamos la figura de los mediadores, concebidos como aquellas personas respetadas por competencia, autoridad o ascendencia sobre los restantes miembros de la comunidad -responsables institucionales, profesionales, líderes vecinales, juveniles...

Se define su rol como la "representación formal de la comunidad" y mediante su participación:

¿Qué significa la intervención comunitaria?

Como ocurre siempre con los temas desvirtuados, hemos de comenzar por "lo que no es". La intervención comunitaria no es un "complemento" a un programa preventivo realizado en una o varias organizaciones concretas ni una "Tipología peculiar" de programa independiente de otros ya aplicados. Recurrimos a estas dos acepciones porque son de uso frecuente en nuestro contexto.

En efecto, una de las deformaciones más habituales de lo comunitario consiste en complementar las actuaciones que se desarrollan en el seno de una organización realizando alguna actividad puntual fuera de sus límites o bien incorporando visitantes externos a esta organización. El ejemplo más paradigmático lo constituyen los programas escolares que incorporan una charla para padres, unas salidas a un acto cultural o una visita de una asociación del barrio. Como decíamos más arriba, otra tendencia reciente es la de crear un nuevo paquete de actividades, con identidad propia, a las que se atribuyen potencialidades preventivas por sí mismas, que se agrupan bajo el epígrafe de "comunitarios"; suponemos que la denominación se debe a que aglutinan un conjunto de actividades normalizadas -deportivas, culturales, recreativas...- que se llevan a cabo en diferentes espacios o instalaciones de la comunidad. A estos paquetes de actividades se les suele adjuntar unos objetivos preelaborados de drogodependencias y se les integra en el bloque de la denominada " prevención inespecífica".

Básicamente, la Intervención comunitaria conlleva:

* Adoptar una nueva perspectiva de la intervención: Incorporarse a una dinámica de carácter comunitario no sólo condicionará los aspectos organizativos y la planificación sino que supone redimensionar y modular la naturaleza misma de los programas a implementar. El objetivo de la intervención comunitaria trasciende el cambio de conductas de los individuos para cambiar las normas y las prácticas de la comunidad, dotada de una identidad propia. Esto acarrea exigencias tan básicas como el establecimiento de una sintonía con los patrones socioculturales de la comunidad, lo que representa en ocasiones la aparición de conflictos entre valores o criterios en competencia. Como razona Sievers (83): "La cultura de la investigación está libre de valores, utiliza métodos objetivos y precisos; sin embargo, intervenir en la comunidad y actuar en ella supone implicarse en las consecuencias de dicha acción tomando partido por la adopción de ciertos valores y rechazando otros".

* Aplicar una estrategia global: Frente a las estrategias parciales que inciden en uno u otros grupos u organizaciones, la intervención comunitaria se diseña con una perspectiva global. La Conferencia de Viena (87), tras una serie de consideraciones sobre la importancia de la escuela en la prevención de drogodependencias, concluye que "sólo una concepción global en los planos regional y local tendrá posibilidades de éxito". La intervención comunitaria reúne, sin lugar a dudas, las condiciones necesarias para la aplicabilidad de estas propuestas programáticas.

Existen muchas formas de desagregar el escenario social que representa el contexto de los proyectos de intervención comunitaria; hemos elegido el más básico:

Entorno.

Organizaciones e instituciones.

Grupos.

Individuos

La intervención comunitaria debe contemplar medidas adecuadas a las necesidades y expectativas de todos y cada uno de los miembros de esa comunidad. Así pues, en un programa comunitario tienen cabida subprogramas con objetivos, grupos-objetivo e implementaciones bien diferenciados que incluyan los diversos escenarios propuestos. Del mismo modo, incluiría las metodologías más variadas(informativas, formativas, participativas ... ),por lo que no resultaría incompatible una campaña dirigida al conjunto de la población con un subprograma de entrenamiento a un grupo concreto y un subprograma preventivo en una organización escolar, todo ello integrado en un programa global. di

Restaría añadir solamente que, aunque en este trabajo las referencias se dirijan constantemente a la prevención primaria, la intervención comunitaria incorpora los distintos niveles existentes desde el punto de vista de la metodología estratégica (primario, secundario y terciario).

* Incorporar una metodología y un estilo de intervención adecuados: Los profesionales que intervienen en la comunidad deben adecuar permanentemente sus métodos, técnicas e instrumentos a las necesidades reales y a las peculiaridades concretas de los miembros de esa comunidad. Del mismo modo deben modificar su estilo habitual "de espera" por un método activo "de búsqueda". Hewitt y Vitje (89) dirigen algunas sugerencias a los técnicos e investigadores para mantener el equilibrio entre la legítima investigación y la implementación de los programas:

El técnico debe conocer el límite entre lo que desearía hacer y lo que realmente puede hacer.

Debe reconocer que él no tiene el completo control del proyecto y es esencial trabajar de forma coordinada con los grupos ele la comunidad.

La propiedad del proyecto en último término es de la comunidad, no de los técnicos.

El técnico tiene que ser innovador, creativo y no tradicional respecto a los cánones convencionales de los técnicos.

Por último, debe ser cuidadoso en la difusión de los resultados de la intervención o investigación relativizándolos permanentemente.

¿Qué objetivos persigue la intervención comunitaria?

Las seis metas para proyectos de actuación comunitaria en prevención que propugnan Douglas y Giesbrecht (90) constituyen una buena referencia:

Elevar el nivel de conocimiento de la comunidad.

Promover el nivel de participación.

Implementar y desarrollar intervenciones que den respuesta a las necesidades y prioridades identificadas por la comunidad y/o los investigadores.

Permitir a los miembros de la comunidad el mantenimiento y desarrollo de los programas o servicios.

Transferir la responsabilidad de los programas y delegar los servicios a los miembros de la comunidad para completar el proceso del proyecto.

Apoyar técnicamente y sistematizar la información para que sirva de referencia a otras comunidades.

 

2.2. Las dimensiones básicas de la intervención comunitaria

Hemos seleccionado cuatro dimensiones básicas sobre las que se organiza la intervención comunitaria. Ante la habitual adscripción a este ámbito de cualesquiera intervenciones por el mero hecho de producirse en el escenario de la comunidad -como veíamos en el apartado anterior conviene insistir en las siguientes dimensiones que revisaremos brevemente:

2.2.1. Desarrollo planificado y programado

Constituye ésta una dimensión fundamental que permite discernir las actuaciones esporádicas de las actuaciones sometidas a unos criterios definidos, una ordenación determinada y unos procesos de evaluación. Como veremos más adelante, sólo desde esta perspectiva se puede garantizar la necesaria persistencia de los programas comunitarios ya que deben incluir, entre sus fases, unos mecanismos que posibiliten su mantenimiento en el futuro.

La carencia de planificación y sistematización conforma actualmente el principal déficit de los programas preventivos en nuestro país. Este déficit está provocando dos efectos perversos: el primero, el desaliento entre los que aplican estos programas ya que actúan sin referentes y no reciben retroalimentación de su intervención; el segundo, la percepción de ineficacia de las estrategias preventivas, basadas en el exceso de voluntarismo más que en una propuesta metodológica con objetivos y medidas de alcance limitado y, consiguientemente, evaluables.

Pero ¿qué es planificar?: Poner en marcha un proceso continuo de previsión de recursos y servicios necesarios para conseguir los objetivos determinados según un orden de prioridad establecido, permitiendo elegir la o las soluciones óptimas entre muchas alternativas; esta elección toma en consideración el contexto de dificultades, internas y externas, conocidas actualmente o previsibles en el futuro" (Pineault, 87).

A partir de esta definición, enunciamos las fases del proceso de intervención comunitaria según Hansan, Larsson y Lindbladh (1991):

Fase de Análisis (análisis de necesidades y realidad local).

Fase de Iniciación-Diseño (PROGRAMACION).

Fase de Implementación (basada en la participación comunitaria y la cooperación intersectorial).

Fase de Mantenimiento (la finalidad es incorporar las actividades preventivas puestas en marcha por el programa como parte de las actividades ordinarias de las instituciones, asociaciones y grupos comunitarios).

Fase de Evaluación.

No nos detendremos en la segunda fase donde se hacía referencia al PROGRAMA, sin embargo, parece preciso insistir que un programa no es tan sólo una relación de actividades sino un conjunto organizado, coherente e integrado de actividades y servicios, realizados simultánea o sucesivamente, con los recursos necesarios y con la finalidad de alcanzar objetivos determinados a partir de una población definida. Todos y cada uno de estos componentes determinan la consistencia del programa.

2.2.2 La participación de los ciudadanos

La importancia de la participación de la sociedad civil en los problemas sociales que la afectan, y de modo muy específico el de las drogas, se ha convertido en un tema de gran actualidad. En todos los foros científicos e institucionales se insiste permanentemente en que no se deben delegar estos temas en los poderes públicos y se apela al concurso de todos para hacer frente a problemas que, como el que nos ocupa, no parecen resultar coyunturales sino anclados en las propias estructuras de nuestra sociedad. Para San Martín (1988) "es evidente que la eficacia de los programas de salud sube en la medida en que la gente participe, es decir, que cambie de un comportamiento pasivo y dependiente a otro activo, consciente, interesado en los problemas de su salud, tanto individual como comunal".

¿Cómo definiríamos la participación desde nuestra perspectiva de intervención comunitaria? El concepto de participación puede definirse como un proceso social de tomar parte en cada actividad formal o informal, en programas o discusiones relativos a cualquier cambio planificado o mejora en la vida de la comunidad. Ahora bien, desde la intervención comunitaria es muy importante delimitar éste del concepto de implicación que aludiría a la participación activa en el proceso de definición de los problemas, toma de decisiones y actuación hacia la promoción de la salud (Syme, 1989).

La mayor dificultad en nuestro país, de cara a la participación en los programas comunitarios, radica en el escaso nivel de movilización asociativa y participativa. Según Comas y Alvira (91) los niveles de participación de los madrileños alcanza el 15% y en otras zonas del país los resultados son similares. Específicamente en el tema drogas alcanza a un 7% lo que representa un porcentaje considerable en términos comparativos. La mayor participación se da en hombres menores de 50 años, con estudios medios y cabezas de familia, pero, aunque en menor número, las mujeres tienen mayor frecuencia de participación.

La OMS (89) sugiere algunas estrategias para fomentar la participación en los proyectos comunitarios:

Mantener a la población informada sobre las actividades que se planean.

Alentar la formulación de sugerencias al comité de planificación, directamente o por conducto de un representante.

Fijar tareas o trabajos concretos para todo el mundo (lo que exigirá a menudo cierto adiestramiento).

Elegir las fechas y momentos en que habrá más gente disponible para participar.

Reforzar la colaboración de los que participan.

 

2.2.3. Coordinación entre grupos y organizaciones de la comunidad

En la complejidad estratégica que conlleva la intervención comunitaria, la coordinación se convierte en una necesidad permanente tanto entre instancias públicas y privadas como entre los diferentes grupos y organizaciones de la comunidad. Los cauces para esta coordinación suelen provocarse de modo más espontáneo en poblaciones medianas y pequeñas. Sin embargo, en las grandes ciudades, incluso las unidades territoriales más simples resultan difícilmente abarcables. Otra dificultad añadida se halla en la fragmentación de competencias de los distintos niveles administrativos y la rigidez sectorial en las políticas que se desarrollan (sociales, sanitarias, educativas...). En estos casos, las necesidades de concentrar esfuerzos y articular iniciativas tratan de afrontarse mediante la creación de mecanismos de coordinación ad hoc para el ámbito de esa determinada comunidad.

Un ejemplo representativo de este tipo de iniciativas es el de los Equipos de Prevención de Zona que se impulsan desde 1989 en el Ayuntamiento de Madrid. Se trata de estructuras estables de coordinación en las que participan recursos públicos y privados que actúan en un territorio determinado. Actualmente existen 16 equipos que se distribuyen por los diferentes distritos municipales y se encuentran en un proceso gradual de generalización.

Conjuntamente, inician un proceso de intervención comunitaria con las siguientes funciones básicas:

Puesta en común e intercambio de experiencias previas en prevención de drogodependencias.

Formación teórica y metodológica de los "mediadores sociales" sobre la problemática del consumo de drogas y estrategias de intervención comunitaria.

Sensibilización de la comunidad a través de una información adecuada.

Diseño e implementación de programas de intervención comunitaria adaptados a las necesidades y recursos de cada zona.

Evaluación de la intervención.

Los miembros que forman parte de estas estructuras estables de coordinación (véase cuadro 2) lo hacen desde la perspectiva que antes denominábamos de implicación entendida como una participación activa en el proceso de definición de los problemas y en la toma de decisiones que exige cada fase de la intervención.

2.2.4. La Interdisciplinariedad

La necesidad de incidir en todos y cada uno de los citados factores que se encuentran en la génesis y mantenimiento de la drogodependencia, nacen imprescindible la aportación de todas aquellas disciplinas capaces de ofrecer una respuesta adecuada, pero tan importante como esto es la actitud de los profesionales para permeabilizar sus correspondientes materias y hacer partícipes de sus conocimientos a la comunidad.

Es fácil colegir de las cuatro dimensiones citadas que la puesta en marcha de un programa preventivo comunitario conlleva un conjunto de prerrequisitos que poseen a su vez dificultades intrínsecas. Ninguna de las cuatro dimensiones tiene en sí misma una sencilla aplicación y las cuatro representan otros tantos retos de gran actualidad en nuestro país. Pertenecen además a ámbitos tan diversos como la organización político-administrativa, el nivel de desarrollo profesional de la intervención psicosocial o el grado de movilización y estructuración de la sociedad civil. Aquí radica sin duda la propensión a improvisar iniciativas aisladas de carácter más o menos efectista y muy alejadas de la propuesta estratégica y metodológica que se propugna en las páginas anteriores. Los esfuerzos previos de planificación y los posteriores de mantenimiento de las actuaciones; las convicciones, flexibilidad y tolerancia que exige la apertura de cauces a la participación de los ciudadanos, la visión amplia y generosa que requiere la colaboración interinstitucional e interdisciplinar constituyen apuestas difíciles de asumir por muchas agencias públicas o privadas. Estas dificultades, junto a la búsqueda de la inmediatez en los resultados y la disponibilidad siempre limitada de recursos, condicionan negativamente la viabilidad de la intervención comunitaria. Ahora bien, se tratará de comprobar, en el medio y en el largo plazo, cuántas de estas iniciativas basadas en el impacto y la improvisación generan resultados permanentes y cuáles son las medidas realmente costosas en relación con su eficacia.

 

BIBLIOGRAFIA

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