«Comunicación de riesgos: ¿Alertar o alarmar?»

El proceso de gestión de riesgos incluye inevitablemente la comunicación de riesgos, no sólo como una parte fundamental entre las distintas etapas que lo conforman (análisis, evaluación y gestión) y los actores implicados (comunidad científica, administración, industria, “stakeholders”,..), sino para trasladar el resultado de dicho procedimiento a la población afectada, informando sobre un determinado riesgo para la salud o el medio ambiente, con la intención de que modifiquen determinados hábitos, implementen conductas concretas, utilicen medidas de protección,…etc

Actualmente la comunicación de riesgos ambientales o relativos a la salud, forma parte de nuestro día a día. Unas veces se trata de programas que nos alertan de los beneficios del reciclaje de residuos o la reducción de plásticos en nuestra vida diaria. En determinadas épocas del año y de forma periódica, se realizan campañas de prevención sobre la exposición a los rayos UVA y el uso adecuado de las cremas de protección solar. En otras ocasiones nos llegan noticias sobre alertas puntales, como el incendio de una planta de neumáticos o un vertido accidental y altamente contaminante, la detección y retirada de unas partidas de aceite de girasol no apto para el consumo o el caso de la listeriosis detectado en una marca de productos cárnicos.

De acuerdo al Consejo Nacional de Investigación de los Estados Unidos (1989), la comunicación del riesgo es “un proceso de interacción e intercambio de información (datos, opiniones y sensaciones) entre individuos, grupos e instituciones, relativo a los riesgos para la salud, seguridad o el ambiente, cuyo fin es transmitir este conocimiento a la población, para que de manera informada y razonable participe en la mitigación de las amenazas a las que está expuesta”.

Surge así la necesidad de diferenciar entre alertar y alarmar.

  • Alertar: poner sobre aviso de cierto peligro o amenaza, con el objeto de propiciar que se tomen decisiones informadas y así prevenir, mitigar o eliminar las consecuencias de los riesgos.
  • Alarmar: provocar una sensación de temor e intranquilidad por la posibilidad de un suceso dañino o desagradable, sin que la prevención sea la intención más evidente, provocando respuestas de negación, rechazo de la información o la búsqueda de chivos expiatorios, más que de soluciones.

Disciplinas como la psicología y sociología consideran que los riesgos no deben tratarse de manera independiente de las circunstancias sociales, culturales, económicas y políticas en las que vive la población. Los mensajes emitidos relativos a los riesgos interactúan con estos elementos dando lugar a una determinada percepción, que deriva en una amplificación o atenuación de dicho riesgo. Es decir, no se trata de un simple proceso de comunicación/recepción, sino que un elemento fundamental a tener en cuenta es la interpretación individual de esta comunicación: la percepción del receptor.

Son muchos los factores que intervienen en la decisión de una persona de tomar o rechazar un riesgo. La gente percibe el riesgo como despreciable, aceptable, tolerable o inaceptable, en comparación a los beneficios percibidos. Estas percepciones dependen de factores personales (edad, sexo, educación, antecedentes sociales y culturales, experiencias previas, necesidades,…etc) factores externos (medios de comunicación, normativa, movimientos de opinión, situación política y económica, información científica disponible,…) y de la naturaleza del riesgo (familiaridad con la tecnología, control de la situación, exposición voluntaria, temor de enfermedad, beneficios directos, equidad,..). Es imprescindible considerar todos estos factores con la misma importancia, con el fin de llevar a cabo una eficaz comunicación de riesgos.

Los expertos creen que la percepción del riesgo está condicionada por los modelos culturales que los seres humanos utilizan para interpretar lo que les rodea. La familiaridad con ciertos riesgos puede hacer que se acepten o se ignoren. Si la gente cree que puede tomar medidas para limitar o evitar un riesgo, es más probable que lo acepte. Recíprocamente, los riesgos que no nos son familiares y que van en contra de nuestros valores, parecen más amenazadores.

Los riesgos que nos matan no son los que nos preocupan o alarman (P. Sandman)

Generalmente las personas son indiferentes a la mayoría de los riesgos, y resulta difícil que se preocupen por determinados temas que no perciben como una amenaza. Pero si por el contrario, consideran que un determinado hecho supone un riesgo alto, aunque técnicamente no lo sea, es complicado reconducir esa percepción y darle tranquilidad a la población que se encuentra en un estado de preocupación sobreestimada respecto a un riesgo.

Por eso es imprescindible considerar lo que percibe la población a la que se dirige un programa de comunicación de riesgos, para elaborar mensajes eficaces y utilizar los medios y canales adecuados. Eso nos permitirá obtener los objetivos establecidos (acercamiento de la información al ciudadano o bien un cambio de actitudes y comportamiento), y no aumentar la preocupación, como en numerosas ocasiones ocurre y de las que lamentablemente tenemos ejemplos recientes.

Es necesario conocer al público receptor y su percepción de los riesgos, para adecuar la comunicación a la realidad y tener un impacto adecuado y no alarmista.

Así mismo, debemos también considerar que la comunicación de riesgos no significa la aceptación de los mismos.

Rara vez se analizan las consecuencias de la comunicación, ni se valora si realmente contribuyen a mejorar o si solamente generan un sentimiento de impotencia o ansiedad en el público, haciéndolo más vulnerable.

Por último, añadir que el nuevo escenario para la comunicación que supone internet, requiere mejorar y hacer efectiva la emisión de los mensajes y la forma de comunicar.

Las posibilidades que tiene la audiencia de contrastar las informaciones que circulan en las redes relativa a los riesgos que les afectan, hacen necesario que desde la claridad, la transparencia y la sinceridad se genere credibilidad y confianza en el receptor.

El objetivo de una eficaz estrategia de comunicación del riesgo es incrementar el conocimiento y la implicación por parte de las partes interesadas sobre un determinado hecho. Sin embargo, hay que considerar la diversidad de los grupos a los que se dirige un programa de comunicación, lo que obliga a adoptar diferentes estrategias comunicativas para que este sea efectivo.

No es lo mismo dirigir un campaña de comunicación de riesgos a los consumidores en general, a un grupo altamente vulnerable a ese riesgo en concreto, a una población sensibilizada y alarmista, a un grupo hostil, a un sector inconsciente de dicho riesgo o a los medios de comunicación.

 

María José Ramos Peralonso

Colegiada M-10554

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