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A Fondo: Crecer con violencia de género: “impacto y recursos de intervención en infancia y adolescencia

25/09/2015 | COMUNICACIÓN


Según Naciones Unidas, la violencia contra la mujer se define como «todo acto basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la vida privada». 

Para combatir y luchar contra este fenómeno se han aprobado en los últimos años algunas leyes centrales, como la Ley Orgánica del 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, y, en nuestro entorno, la Ley 5/2005, de 20 de diciembre, Integral contra la Violencia de Género de la Comunidad de Madrid. Ambas señalan a los menores expuestos a la violencia de género, como afectados en la primera, y como víctimas utilizadas para el sufrimiento de sus madres, en la segunda.

La reciente Ley Orgánica 8/2015, de 22 de julio, de Modificación del Sistema de Protección a la Infancia y a la Adolescencia, ha dado un paso clave en la visibilización de estos niños y niñas expuestos a la violencia de género reconociéndoles como víctimas al crecer y desarrollarse en un entorno familiar donde está presente la violencia de género.

Estos avances a nivel legislativo han permitido hacer visible una realidad que ha permanecido en la sombra: cuando hablamos de violencia de género no solamente estamos hablando de una sola víctima, la mujer, sino también de los y las menores a su cargo. Estos niños y niñas conviven con estructuras familiares basadas en la desigualdad donde el hombre ejerce la autoridad y el dominio a través de la violencia física, psicológica y sexual, colocando en situación de sumisión y obediencia a la figura materna y al resto de los miembros de la familia.

Para una niña o niño estar expuesto a este tipo de violencia en el entorno familiar (que es el que tendría que proporcionar la seguridad y protección básica) tiene un fuerte impacto en su desarrollo físico, psicológico, social y emocional.

Ya desde el embarazo la violencia hacia la mujer tiene consecuencias para el feto (Lieberman, 2009) y posteriormente los niños y niñas sufren diferentes formas de victimización: son testigos de los episodios de violencia (presencian los golpes, las amenazas, los insultos, o los oyen mientras los adultos creen que no se dan cuenta), se ven involucrados de alguna forma (interviniendo en la agresión para defender a la madre o siendo manipulados por el agresor para justificar la violencia), son agredidos física o psicológicamente como forma de ataque a la mujer y sufren las terribles secuelas que la violencia deja en sus madres. Por tanto, la exposición a la violencia de género es una forma de maltrato infantil, como ya quedó tipificado en el estudio de violencia contra los niños del Secretario General de Naciones Unidas, el llamado Informe Pinheiro (2006).

¿Cómo ven entonces afectado su sistema emocional los niños y niñas? Al crecer en un entorno familiar donde existe violencia de género las principales áreas que conforman el desarrollo socio-afectivo se pueden ver profundamente alteradas:

  • La seguridad afectiva en las figuras de apego: es la base de cara al establecimiento de relaciones personales sanas y respetuosas. ¿Como podrán vincularse de forma adecuada con los demás (amistades, pareja) si no han podido hacerlo con seguridad dentro de su propio hogar?
  • La regulación de sus emociones: crecen pendientes de evitar las tensiones y agresiones y eso no les permite desarrollar su capacidad reflexiva; tienen déficits en el control de impulsos y en la capacidad empática. 
  • El patrón de normas educativas y valores que rigen su conducta: su desarrollo se produce en un modelo educativo inconsistente donde prima la violencia y el poder como forma de relación.

Como resultado de estas dificultades es esperable que el impacto de la violencia pueda derivar en trastornos y sintomatología de distinta gravedad como trastornos de ansiedad, trastornos de conducta o cuadros de estrés postraumático.

Sin embargo, y teniendo en cuenta factores individuales (factores de riesgo y protección), la afectación en cada caso es muy variable incluyendo niños y niñas que no desarrollarán síntomas ni alteraciones clínicamente significativas. En este sentido rescatamos el concepto de «resiliencia», que se puede definirse como «la capacidad de las niñas y niños para enfrentar los desafíos de su crecimiento y desarrollo, incluyendo circunstancias difíciles e incluso traumáticas» (Barudy y Dantagnan 2012). En cualquier caso, todos los niños y niñas que hayan padecido la violencia en sus madres deberán poder recibir atención y apoyo desde servicios destinados a tratar esta problemática.

Para ello, y para que los cambios en la legislación antes descritos repercutan en los verdaderos protagonistas, las víctimas, a lo largo de estos años se ha ido construyendo una red de servicios especializados en la atención a las mujeres y sus hijas e hijos.

En concreto, en el año 2010 se crea en la Comunidad de Madrid el Servicio de Atención Psicológica para Menores Víctimas de Violencia de Género por parte de la Dirección General de la Mujer, gestionado por el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. Este recurso se instaura en los Puntos Municipales del Observatorio Regional de Violencia de Género (PMORVG) de la Comunidad de Madrid. El servicio está conformado por cinco psicólogas especializadas en violencia de género y psicoterapia infanto-juvenil, asignadas a cinco municipios diferentes, y atiende a todos los grupos de edad.

Desde el año 2010 se ha atendido a un total de 600 menores y en concreto, en el año 2014 este servicio ha prestado atención a un total de 256 niños y niñas, de los cuales 146 han sido derivados por primera vez en ese año. A continuación se muestra la sintomatología más frecuentemente detectada:

  • Alteraciones emocionales (en un 81 % de los casos); los síntomas que más prevalecen son dificultad en la expresión y manejo de emociones (32 %), ansiedad (31 %), rabia (24 %), sentimientos de indefensión (7 %) y sentimientos de culpa (6 %).
  • Problemas de comportamiento (en un 62% de los casos); en concreto conductas desafiantes/desobediencia (44 %), rabietas (explosiones de rabia e ira) (29 %), baja tolerancia a la frustración (25 %) y en un 2 % de los casos, conductas antisociales/consumo de sustancias.
  • Problemas académicos (en un 50 % de los casos).
  • Síntomas depresivos (en un 44,52 % de los casos).

En lo referente al proceso de intervención con menores se establecen dos líneas paralelas de actuación: el trabajo terapéutico encaminado a paliar las dificultades derivadas de la convivencia con la violencia, y la prevención de futuros comportamientos, valores y actitudes transmitidos en el entorno familiar y basados en la desigualdad de género como valor predominante.

Uno de los aspectos en los que se centra principalmente la intervención es en el trabajo a nivel emocional: identificar, expresar y comprender lo que han sentido y no se ha puesto en palabras y, por tanto, no se ha entendido ni elaborado. No olvidemos que nos encontramos ante procesos de trauma muy complejos, muchas veces invisibles, pero que han ocasionado un daño que permanece y que se traduce en «formas de estar en el mundo» desadaptativas y perjudiciales. Se favorece que los menores expresen los sentimientos asociados a las situaciones de violencia y que tanto dolor les causan: la culpa, la confusión, la rabia, la indefensión, la ambivalencia, para darles un sentido, una explicación. El vínculo terapéutico es central en la atención, poniendo especial acento en las relaciones de buen trato, el refuerzo de sus capacidades y actitudes: su valentía, su derecho a expresarse, el reconocimiento de sus vivencias. En todos los casos se establece un abordaje global desde lo escolar, familiar, social y personal, favoreciendo las estrategias de control y manejo de las emociones (principalmente la agresividad que se ha conformado como único mecanismo de defensa) para generar seguridad y control en su entorno y en sí mismos.

Otro aspecto central en el proceso terapéutico es la relación materno-filial. Una relación que es objeto de ataque por parte de los agresores como forma de continuar estableciendo poder y que daña tanto la vinculación madre-hijos/as como a la mujer en su rol materno. Ocurre durante la convivencia en el hogar y tras la separación de la pareja, mediante la instrumentalización y manipulación de los hijos e hijas por parte de la figura paterna. Por eso es imprescindible la orientación y asesoramiento a las madres desde diferentes niveles: para que puedan comprender el impacto de la violencia en sus hijos/as, para reforzarlas y apoyarlas en su capacidad de maternaje, y de cara a la reconstrucción de relaciones afectivas seguras.

De esta manera, la intervención terapéutica constituye una herramienta central en la prevención y tratamiento de los efectos de la violencia de género, formando parte esencial del proceso de recuperación necesario en las niñas y niños.

En esta tarea, y gracias a los avances en investigación, se suma además el reto de continuar trabajando a favor de una sociedad basada en la igualdad de género y sin violencia, y desde recursos especializados y formados para ello.

Autoras: Dª Mónica Caballero Laín (M-22720); Dª Alejandra De Andrés Martín (M-13533); Dª Mercedes López Díez (M-09223); Dª Laura Rodríguez Navarro (M-21182).

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